CAPÍTULO SEIS

Pinche Pablo, en ese momento quién hubiera pensado que terminaría por convertirse en mi aliado más importante durante el último año. Seguramente el tampoco lo sospechaba cuando me golpeó la sien con la culata de su revolver, que hijo de puta. Cuando desperté el culero todavía estaba ahí, sentado frente a mí, en el suelo, con el revolver en una mano apuntando a mi cabeza y un cigarrillo en la otra.
…Regálame una calada no… Pablo rió entre dientes, sacó una caja de cigarrillos y me la pasó… Sólo no te muevas más de la cuenta o vales madres guey… Musitó mientras me alargaba también unos cerillos. Prendí un cigarro, inhale profundamente y le eché el humo a la cara, desafiante. Él me escupió en el rostro… Mira machin, déjate de mamadas, estás metido en un pedo, mejor pórtate bien guey, aquí a la señorita le debes un varo… ¿Señorita de dónde? No chinges, yo no le debo nada a esa zorra, es más ella debería pagarme a mí… Contesté mientras me limpiaba el rostro con la manga de la camisa… Bájale de huevos machin, por que te chingo, me estas colmando la pasensia… Pablo acercó el cañón del revolver a milímetros de mi frente.
…Ahora escucha guey, aquí la señorita dice que anoche te acompañó en el bar dos horas, eso vale un toston, luego cojieron dos veces en el baño, no te hagas guey, dos bolas por cada venida, tons le debes cinco varos, más una indemnización de otros cinco por los daños físicos guey, es decir el putazo que le acomodaste en el ojo derecho… Hizo una pausa para prender otro cigarro… Revisamos tus bolsillos y apenas encontramos lo suficiente para pagar la cuenta de lo que chupaste en el bar guey, entonces ahora dime culero ¿Cómo le vas a hacer para pagar?... Mientras hacía esta pregunta presionó con el revolver en mi frente y lee dio vueltas como si fuera un taladro.
Tragué saliva, palpé los bolsillos de mi pantalón, estaban vacíos, no recordaba cuánto dinero traía encima la noche anterior, pero tampoco estaba seguro de cuánto alcohol había tomado, así que no tenía mucho sentido discutir sobre eso…Por qué no nos calmamos un poco, quieres, estoy seguro que debe haber una forma de solucionar esto… Mientras decía hablaba me recargué contra una pared fría, apenas me percataba de que estábamos en una bodega pequeña, rodeados de cajas con botellas de licor, era la parte trasera del “Lluvia de Plata”.
No se de donde sacaba tanta serenidad, ya no era yo ¿Recuerdas? Yo hubiera llorado, mojado los pantalones, suplicado por mi vida. Pero el nuevo yo todavía tuvo el descaro de pedir otro cigarro y después, mientras fumaba, soltar a bocajarro… No tengo ni un centavo más de lo que ya me robaron. Por que no le llamas a la puta, perdón señorita, para que venga aquí…
Pablo río nuevamente, mostró abiertamente sus dientes amarillos… ¿Tienes muchos huevos o eres pendejo guey? No sabes ni en que te estas metiendo machin. Mira acá entre nos, sólo por que me caíste chido, te voy a decir algo guey. Esa putita es una vieja del “Boludo”, un argentino proxeneta, culero de nacimiento, así que mejor afloja el biyuyo antes de que se entere él, por que es tipo si es mal pedo guey, no se tienta el corazón ni tantito, a mi me caí que ni tiene el culero… Pablo se calló un momento, llevó su dedo índice a sus labios y continuó… Mira yo puedo hacerte el paro guey, me caíste bien, me caí que tienes huevos y no lo digo por que yo sea putito, pero la neta creo que me puedes ser de utilidad en un bisnes y yo te ayudo a saldar tu cuenta ¿Cómo la vez guey?
No tenía opción, no me imaginaba en que podía consistir el trabajo para el cual me necesitaba Pablo, pero lo mismo daba, cualquier cosa era buena para salir de ese enredo, ingenuo de mí, apenas entraba, me limité a asentir con la cabeza. Luego ambos nos levantamos del suelo y nos estrechamos la mano… Es un trato, no me falles machin. Y a todo esto ¿Cómo te llamas guey?... Soy Ángel… no lo dudé ni un segundo, fue lo primero que vino a mi boca, definitivamente, ya no era yo.

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CAPÍTULO CINCO

…i No mames! Ni que estuvieras tan buena… no me contuve, estaba borracho, ya no era yo y ella, ella era una puta loca que después de dos horas de chupar, desvaríos y manoseos en un bar, me salió con el chiste de que le debía mil pesos. No esperaba su reacción, sonrió abiertamente y me beso en la boca… Me gustas, tienes agallas… Se dicen huevos amor, a chingar los eufemismos… Ella me volvió a besar, esta vez utilizó la lengua, la contuve… Espera, todavía no estoy tan pedo… La empujé hacia atrás y bebí todo el contenido de mi vaso.

Estábamos en “Lluvia de Plata”, una cantina ubicada en la calle Mal Paso. Cuando salimos del bar del Hotel Bali-Hai abordamos un taxi… A la Zonaja… ¿Qué es eso? ¿A dónde me llevas muñeca?... Ella llevó su dedo índice a mis labios, el taxista aceleró, yo me deje llevar... Qué más da nena, si quieres puedes llevarme al infierno… Y ahí fuimos, entonces ignoraba que la Zonaja era el mote con el cual solían llamar a la zona roja de Acapulco.
…¿Cómo te llamas macho?... ¿Importa?... Otro trago ¿Este soy yo? Me lo seguía preguntando aunque sabía la respuesta: ya no era yo, y no era el alcohol, sabes, ojalá hubiera sido eso, sólo el alcohol. Pero era algo más, alguien más, desde que tomé el primer trago de whiski en el Bali-Hai, me convertí en un simple espectador, todo pasaba ante mi como una película, no tenía control de mis acciones.
…¿Qué te parece Fulano de tal?... No mames guey, ahora si te pasaste de pendejo ¿no?... Sus labios, pequeños carmín, escupían palabrotas ante mi estupor, el de mi conciencia inhibida por completo, pero ese otro, él nuevo yo ¿Este soy yo? Parecía gustarle su lengua virulenta, llena de mala leche.
…No soy cualquier pendejo muñeca, realmente me empeño… Risa de hiena, nunca había visto a una mujer reír de esa manera, sin gracia, mueca grotesca y un sonido gutural capaz de ahuyentar a los perros… Esta bien catrín, me vale madres tu nombre, pero me pagas pendejo... ¿Cómo puede una mujer ocultar una navaja en su escote? Jamás había visto algo así. No era yo, pero si podía sentir la punta afilada en el cuello, mi cuello.
…¿Por qué tanta violencia mi niña?... No temblaba, no sudaba, ni un rastro de miedo en el exterior, pero por dentro me estaba cagando… Si podemos arreglar las cosas como la gente decente… La empuje contra la pared, la navaja cayó de un manotazo, juntamos cuerpos y labios, ella intentó resistirse mientras la empujaba hasta el baño, fingió que lo intentaba, sus muslos tensos un segundo, abiertos al siguiente, sus caderas erizadas ante el calor de mi palma izquierda empotrada a su cuerpo, sujetándola, su brazos alrededor de mi cuello, ese mismo que instantes antes amenazó con la navaja. Los papeles se invertían, ahora era yo quien desenfundaba el arma, letal como navaja, dispuesta clavarla en su entrepierna.
Nunca había tenido sexo en un lugar público, tampoco había escuchado a una mujer gritar de esa manera ¿Alguna vez has escuchado el ruido de una foca mientras la están masacrando? Me empezaba a acostumbrar a los nunca, sabes, experimentar constantemente cosas que yo, pocos huevos, jamás habría hecho por mi propia cuenta. Por eso tampoco me sorprendió demasiado cuando, apenas terminé la segunda embestida, ella me obsequió un rodillazo en la entrepierna, la muy cabrona, seguido de un codazo en la cabeza que me hizo caer al suelo de rodillas. Antes me hubiera horrorizado sólo de pensar en la posibilidad de pegarle a una mujer, pero entonces no era yo ¿Recuerdas? Mi puño se abalanzó contra ella ¿Mi puño? No era mi mano, esa mano sin escrúpulos, poco caballerosa, pesada, apuntando al rostro de una mujer
…¡Pablo!.. Ella gritó antes de recibir el primer golpe el rostro, después calló y cayó, cuando yo preparaba una patada, dirigida también a su rostro, entró al baño un tipo moreno, mal encarado, chamarra de cuero, camisa de tirantes y pantalón de mezclilla desgastado. Sin mediar explicación me apunto a la cabeza con un revolver…Calmado pendejo o te vuelo la cholla.

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CAPÍTULO CUATRO

Bebí el quinto whisky de un trago. Los primeros cuatro los había tomado despacio, sorbo a sorbo, pero parecía estúpido seguir postergando lo inevitable, estaba borracho. Te hubiera dado risa verme, mirada vidriosa, pelo enmarañado, ojeras, camisa desfajada. ¿Pero por qué diablos usaba camisa? Estaba en Acapulco, con una temperatura superior a los cuarenta grados y yo seguía fingiendo que era una persona decente ¡Cuánta mierda! Anochecía y cada vez era menos dueño de mí, además del alcohol había otra presencia que paulatinamente se apoderaba de mi voluntad desde la noche en el hotel Pasadena, era esa mariposa negra, no había duda.

En mi cabeza intentaba aclarar la situación, pero apenas era capaz de hilar tres ideas antes de volver a la turbación inicial. ¿Este soy yo? La pregunta volvía y yo ¿Yo? Pretendía ahuyentarla con cada trago. Me golpeaba constantemente la frente con la palma de la mano para desechar pensamientos suicidas. Así es, tenía tanto miedo y estaba tan confundido que me tentaba la idea de volver a saltar por la ventana, pero eso ya lo había hecho una vez ¿Recuerdas? Eso únicamente empeoró las cosas. Me hubiera gustado que estuvieras a mi lado sabes, pero en ese momento estabas lejos, en la ciudad, quizá triste, enojada, preocupada por mi desaparición. ¿Qué hacías dos días después de la noche en el hotel Pasadena? ¿Dónde estabas? ¿Qué pensabas? ¿Qué hubieras hecho si me encontraras así? Al borde de la locura.

El mesero me veía de reojo, casi podía escuchar sus pensamientos: “este sujeto está loco”, “está borracho”, “pobre imbécil”. Y sabes, ese tipo tenia razón, era patético, no tenía sentido seguir luchando, lo intenté, creme que lo intenté y volví a intentarlo muchas veces, pero desde entonces ya estaba todo perdido, había dejado de ser yo.

…¡Que me vez pendejo!... el mesero rió entre dientes… Nada señor, disculpe… intenté ver el reflejo de mi rostro en el vaso. ¿Acaso parecía un payaso? ¿Por qué se reía ese tarado? Tuve ganas de saltar al otro lado de la barra y romperle la cara. No lo hice, se salvó por que justo en ese momento llegó al bar una mujer. Rubia, delgada, caminar bruñido, muslos anchos, pechos pequeños, pantalón estrecho. Mi vista se perdió descaradamente en su trasero. Nunca fui un galán, pero eso era lo de menos, actué como si lo fuera, ya no era yo, qué mas daba.

La rubia se sentó a mi lado, cruzó las piernas, pidió un coñac y me sonrió. Yo la perforé con la mira, taladré cada hueso, cada rescoldo, sin pudor ni vergüenza alguna. Ella no se inmutó, me dejó hacer, fingió no importarle la evidente morbosidad que brillaba en mis ojos. Tomó su bebida a sorbos, cada vez que sus labios tocaban el cristal, su lengua asomaba traviesa, lamía provocativa la orilla de su vaso.

Putita… ¿Lo pensé? ¿Lo dije? Imposible, tenía la boca seca, estaba hipnotizado. Ese era yo. ¿Recuerdas? Tímido, cobarde, pocos huevos. Pedí otro whisky con una señal y lo bebí despacio, sin quitarle la mirada de encima a la rubia, cuyos ojos miel me correspondieron breves intervalos, pupilas desafiantes. En el bar comenzó a sonar el tema “Walk on the wild side”, nunca mastique bien el ingles, pero la tonada era una provocación. Prendí un cigarro, dejé escapar el humo lentamente por la boca mientras tamborileaba sobre la barra al ritmo de Lou Reed. Ella también comenzó a marcar la cadencia de la canción, pero desde el suelo, con sus zapatos de tacón rojos. ¿Este soy yo? ¿Para qué seguir luchando? Por dentro te escuchaba: ven, vuelve a mi lado, pero afuera la música decía vuela, el mundo es poco. Todo me instaba mujer, sobre todo ella, cuando se levantó del asiento y su cuerpo comenzó a moverse mientras sonaba el coro: “Hey honey, take a walk on the wild side”. Por unos segundos volvió a mi cabeza la imagen de Salma Hayek, su cuerpo contoneándose y esa boa deslizándose por su cuerpo sudoroso. No tenia sentido seguir reprimiendo mi nuevo instinto. ¿Para qué? Cerré los ojos, bebí otro trago y apagué mi cigarro sobre el mostrador, muy cerca de donde ella recargaba su mano. Cuando salimos del bar era imposible disimular la erección debajo de mi pantalón, tampoco intenté hacerlo.

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CAPITULO TRES

¿Por qué demonios escogí Acapulco? Lo ignoro, hubiera preferido Huatulco mil veces, cien cualquier otra playa, docenas mi propia azotea aquí en el DF. ¿Recuerdas? Una vez tú quisiste ir de vacaciones, con el pretexto de conocer el nuevo antro de no se que chingado nombre en la Costera, pero yo me negué rotundamente. Nunca me gustó Acapulco, ahora que lo conozco más lo odio de verdad, creme ese lugar es el infierno.
Mientras caminaba rumbo a la estación de autobuses pensé en Huatulco, un lugar ideal para relajarme, descansar, recargar la pila. Cuanto estaba frente al empleado de la línea de autobuses quise pedir un boleto para Huatulco, pero el imbécil entendió Acapulco. Estaba harto de este tipo de malentendidos, no tenía gas de pelear, era como si hubiera una conspiración para volverme loco o de plano todos se hubieran vuelto sordos o pendejos. Me encogí de hombros, que más da pensé, lo único que quiero es descansar, quizá ni siquiera salga de la habitación del hotel.
Llevaba casi veinticuatro horas sin dormir pero no quería siquiera intentarlo, tenía miedo de lo que pudiera pasar cuando cerrara nuevamente los ojos. Antes de abordar el camión me tomé un expreso doble y durante el trayecto intenté concéntrame en las películas sobre desastres que se sucedieron en la pequeña pantalla del autobús. Llegué a mi destino a las seis de la mañana, me dolía el cuerpo, apenas fui capaz de levantarme del asiento. Abordé un taxi sin saber qué dirección tomar… ¿A dónde lo llevo joven?... el taxista me miraba con extrañeza por el retrovisor… ¿Y sus maletas?... recordé un pequeño cenicero con la forma de una cabeza olmeca en casa de un tío, en la parte de atrás tenía la siguiente leyenda: “Recuerdo robado del Holtel Bali-Hai, Acapulco, México”… al Bali- Hai…apenas abrí la boca para decirlo, el chofer se volvió para mirarme detenidamente, mi rostro lo decía todo…no me estés chingando… el taxista, buen hombre, entendió que no estaba de humor para satisfacer su curiosidad.
En la recepción del hotel pedí cualquier habitación disponible. Cuando entré al cuarto fui al baño, me miré en el espejo. ¿Este soy yo? Ojos hinchados, barba de tres días, labios secos, pelo enmarañado. Me eché agua en el rostro, moría de hambre, pero temía salir a un restaurante. ¿Puedes creerlo? Prefería evitar cualquier intercambio de palabras, por eso fui al súper, no había muchas opciones, sólo comida chatarra.
Comí recostado en la cama mientras veía por Goldenchanel “Del crepúsculo al amanecer”. Todo estaba bien hasta la escena donde Salma Hayek baila sensualmente con una boa enroscada en su cuerpo. No pude evitar penar en ti, deberías sentirte alagada sabes. Mientras Salma se contoneaba en la película mi mano izquierda bajo furtiva hasta mi entrepierna. Lo necesitaba fue como un exorcismo momentáneo, precoz, inútil de cualquier forma. Cuando termine caí profundamente dormido.
Al despertar sudaba mares, la noche había penetrado en la habitación, la tele seguía prendida y yo no estaba seguro si esto era la realidad o todavía soñaba. Tuve la impresión de que en cada esquina del cuarto había una mariposa negra, la misma de la otra noche, vigilando mis movimientos. Estaba confundido, rodé por la cama, palpé mi cuerpo húmedo ¿Este soy yo? Salté de un brinco para prender la luz, adiós sombras, adiós mariposa del infierno. Corrí al baño para verme al espejo ¿Este soy yo? Ruina de hombre. Soplé en la palma de mi mano, mi aliento, mi olor todo era intolerable, necesitaba un baño.
Cuando salí de la regadera, agua fría, limpia cachetada, regreso a la realidad, me sentía revitalizado, era nuevamente yo, eso creí de verdad por un instante, pobre diablo de mi. Por la ventana alcance a vislumbrar las luces del bar del hotel. No estaba dentro de mis planes reventarme, pero la música, canto de sirenas, me atraía. Pensé que sería buena idea salir a tomar un trago, quizá un whisky. ¿Por qué no?

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CAPITULO DOS

Los chilaquiles eran verdes. ¡Pero carajo! Deberían haber sido rojos, nunca me gustó el tomate. La mesera notó mi turbación… ¿sucede algo señor?... sí, sucede que es usted una pendeja… tenía ganas de decir eso sabes, he incluso de golpearla, estaba cansado, me dolía la cabeza, moría de hambre y ahora tenía que soportar la incompetencia de una señora que además no dejaba de sonreír. Pero me contuve, entonces todavía era capaz de hacerlo… ¿yo pedí chilaquiles verdes?... así es señor, pero si gusta… no, sólo quiero estar seguro de lo que dije, ¿yo dije verdes?... este, sí señor… La mesera, muy linda la pobre, me mostró su libreta de notas donde leí: “Mesa 5, chilaquiles verdes”. Miré de reojo la esquina de la mesa, un pequeño cartel confirmaba mi lugar en el universo: mesa 5.

Me tapé el rostro con las palmas de las manos, la mecerá se retiró sin decir nada, cuando me destapé ahí seguían los estúpidos chilaquiles verdes. Ella no tenía la culpa, seguramente yo me había equivocado, no podía pensar claro. Era incapaz de coordinar lo que pensaba y lo que decía, estaba desfasado de mi realidad.

Esa mañana desperté inconsciente en un callejón atrás del Hotel Pasadena, no se como llegue ahí, supongo que alguien me llevo hasta ahí después de encontrarme tirado en la calle frente a la entrada principal. ¿Por qué no me maté? Nunca lo supe, no recuerdo cuantos pisos caí, pero al menos eran más de tres, estoy seguro. Sin embargo, no había rastro de sangre, ni heridas graves, sólo un insoportable dolor de cabeza y una sensación de irrealidad.

También me sorprendió que aún conservara mi cartera intacta, con dinero y tarjetas. En ese momento no recordaba muy bien la noche anterior. Pobre de ti, supongo que llegaste a la cita y me estuviste esperando un buen rato, quizá intentaste llamarme, pero mi celular se destrozó en la caída. ¿Qué hiciste después? ¿Qué pensaste? ¿Viste la mariposa negra? Estoy seguro que no, sino también hubieras saltado.

Caminé sin rumbo mientras fumaba, la gente me miraba como bicho raro, me acerqué a un vendedor de chicles… ¿Sabe dónde estoy?... en el infierno… ¿Cómo dijo?... no estaba seguro de haber escuchado bien… en Polanco señor… vete a la chingada… no se por que le contesté eso, pero el tipo me escupió en la cara con justa razón. Me limpie el rostro con el borde de la camisa, maldije en voz baja y continué andando hasta que me encontré frente a la entrada de un Sambors, tenía ganas de orinar por eso entré, pero una vez adentro olvidé mis necesidades urinarias y mis pasos me condujeron directo al restaurante.

Me conoces, me conocías debo decir, nunca acostumbraba beber por la mañana, pero en ese momento lo necesitaba. Llame a la mesera… una corona por favor… estaba seguro de haber dicho eso, eso pensé, eso quería y eso fue lo que quise que saliera de mis labios, pero cuando la mesera me trajo un whisky, me sentí desfallecer… ¿Todo bien señor?... no pendeja, la cagaste otra vez… ¿pero ella qué culpa tenía? Golpee sobre la mesa con el puño, asentí con la cabeza e intenté sonreír, pero por dentro estaba que me llevaba la chingada.

Quería estar solo, no estaba seguro de lo que había pasado la noche anterior, pero necesitaba descansar. ¿Alguna vez te has sentido cansada de todo, confundida, con ganas de salir corriendo a cualquier lugar lejos de aquí? Me sentía dentro de un mal sueño, creí que podría despertar en la playa, ingenuo, ahí comenzaría la verdadera pesadilla. Bebí el whisky de un trago, pedí la cuenta con una señal y salí del Sanborns sin tocar los chilaquiles, tampoco dejé propina.

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CAPÍTULO UNO

¿Me recuerdas? Soy Eduardo, el hombre de tu vida. Modestia ya te chingaste. Perdona las palabrotas, quizá no estés acostumbrada, he cambiado sabes. Antes era el aburrido señor licenciado, comida a mis horas, techo seguro, jugo de naranja cada mañana y una larga lista de rutinas. Pero eso cambio desde aquella noche de agosto, luna llena ¿Recuerdas? Fue la última vez que nos vimos, hace un año.

¿Por qué te escribo justo ahora, más de 360 días después de haber desaparecido? Por que yo tampoco deje de pensar en ti, quise hacerlo creme, pero no pude, el alcohol, las mujeres y todo lo que ahora estoy dispuesto a contarte fueron insuficientes. Todavía conservo algo que debí darte esa noche, es un anillo. Aunque te cueste trabajo creerme estaba dispuesto a pedirte matrimonio antes de esa noche. ¿Por qué no lo hice? Por pendejo.

En realidad no es tan simple, nada es simple mujer, por eso escribo, para explicarte por qué escapé y lo que pasó después de perderme a mi mismo durante el último año. ¿Qué es un año? Casi nada o toda una vida, dependen de la intensidad. Una vida sin ti y soy incapaz de olvidarte, dime si eso no es prueba suficiente de mi amor. ¿Qué más quieres de mí? ¿Una explicación? Pues bien, aquí la tienes. No espero credibilidad en cada palabra, pero es la verdad. Tampoco pido perdón, sólo anhelo me regales la oportunidad de volver a verte una vez más, quizá la última.

Esa noche de agosto estaba nervioso, llegué con treinta minutos de anticipación a la cita, compré una cajetilla de cigarros solo por tener algo que hacer mientras esperaba. Entre en la habitación 202 del Hotel Pasadena, ¿Recuerdas? Nos gustaba ese lugar por las ventanas del suelo al piso. No prendí la luz, preferí abrir las cortinas para dejar entrar un poco de noche en el cuarto. Entonces la vi: una mariposa nocturna en el umbral de la ventana, parada ahí, con los ojos de sus alas fijos en mí, como si esperara algo, como si quisiera decirme algo.

¿Conoces el miedo? No hablo del temor infantil a la oscuridad o los fantasmas, me refiero al miedo real, una sensación de ahogo y estreches. Es como el terror a morir que sienten los inocentes en medio de una guerra. Esa noche comenzó una guerra en mi interior y ahora, por fin, creó haber salido vencedor y eso me hace recuperar un poco la esperanza sabes, a pesar de la sangre derramada. No hay guerras justas, siempre mueren inocentes, esta no fue la excepción.

¿Alguna vez has escuchado que las mariposas negras son bichos del infierno? Es verdad, en náhuatl se les conoce como mictlanpapalotl, mariposa del país de los muertos. Prendí un cigarro e intente olvidar las supersticiones, pero no podía dejar de ver de reojo a la mariposa, inmóvil, desafiante. Tuve la tentación de quemarla con la punta de mi cigarro, debí haberlo hecho.

Después de tres cigarrillos ella seguía ahí y yo la veía fijamente sin decidirme a hacer algo, sentía como escurrían por mi frente gotas de sudor frío. Abrí la ventana para refrescarme, también esperaba que se fuera, pero no lo hizo. Prendí otro cigarro. ¡Largo de aquí entupido insecto! Sólo lo pensé, dije nada, estaba ahí, como estatua, incapaz de abrir la boca, petrificado. A pesar de que seguramente podían escucharse los ruidos provenientes de la calle, en ese momento lo único audible para mí era el sonido de las manecillas en mi reloj, el latido de mi corazón y el tintinear de las pequeñas antenas de la mariposa negra.

Un minuto duró un siglo, estaba ahí, atrapado, victima de algún sortilegio. La opresión amenazaba cortarme el aliento, tenía que hacer algo, pero no podía pensar claramente, prendí otro cigarro, vi de reojo a la calle, la ventana estaba abierta, salté.

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