CAPITULO DOS

Los chilaquiles eran verdes. ¡Pero carajo! Deberían haber sido rojos, nunca me gustó el tomate. La mesera notó mi turbación… ¿sucede algo señor?... sí, sucede que es usted una pendeja… tenía ganas de decir eso sabes, he incluso de golpearla, estaba cansado, me dolía la cabeza, moría de hambre y ahora tenía que soportar la incompetencia de una señora que además no dejaba de sonreír. Pero me contuve, entonces todavía era capaz de hacerlo… ¿yo pedí chilaquiles verdes?... así es señor, pero si gusta… no, sólo quiero estar seguro de lo que dije, ¿yo dije verdes?... este, sí señor… La mesera, muy linda la pobre, me mostró su libreta de notas donde leí: “Mesa 5, chilaquiles verdes”. Miré de reojo la esquina de la mesa, un pequeño cartel confirmaba mi lugar en el universo: mesa 5.

Me tapé el rostro con las palmas de las manos, la mecerá se retiró sin decir nada, cuando me destapé ahí seguían los estúpidos chilaquiles verdes. Ella no tenía la culpa, seguramente yo me había equivocado, no podía pensar claro. Era incapaz de coordinar lo que pensaba y lo que decía, estaba desfasado de mi realidad.

Esa mañana desperté inconsciente en un callejón atrás del Hotel Pasadena, no se como llegue ahí, supongo que alguien me llevo hasta ahí después de encontrarme tirado en la calle frente a la entrada principal. ¿Por qué no me maté? Nunca lo supe, no recuerdo cuantos pisos caí, pero al menos eran más de tres, estoy seguro. Sin embargo, no había rastro de sangre, ni heridas graves, sólo un insoportable dolor de cabeza y una sensación de irrealidad.

También me sorprendió que aún conservara mi cartera intacta, con dinero y tarjetas. En ese momento no recordaba muy bien la noche anterior. Pobre de ti, supongo que llegaste a la cita y me estuviste esperando un buen rato, quizá intentaste llamarme, pero mi celular se destrozó en la caída. ¿Qué hiciste después? ¿Qué pensaste? ¿Viste la mariposa negra? Estoy seguro que no, sino también hubieras saltado.

Caminé sin rumbo mientras fumaba, la gente me miraba como bicho raro, me acerqué a un vendedor de chicles… ¿Sabe dónde estoy?... en el infierno… ¿Cómo dijo?... no estaba seguro de haber escuchado bien… en Polanco señor… vete a la chingada… no se por que le contesté eso, pero el tipo me escupió en la cara con justa razón. Me limpie el rostro con el borde de la camisa, maldije en voz baja y continué andando hasta que me encontré frente a la entrada de un Sambors, tenía ganas de orinar por eso entré, pero una vez adentro olvidé mis necesidades urinarias y mis pasos me condujeron directo al restaurante.

Me conoces, me conocías debo decir, nunca acostumbraba beber por la mañana, pero en ese momento lo necesitaba. Llame a la mesera… una corona por favor… estaba seguro de haber dicho eso, eso pensé, eso quería y eso fue lo que quise que saliera de mis labios, pero cuando la mesera me trajo un whisky, me sentí desfallecer… ¿Todo bien señor?... no pendeja, la cagaste otra vez… ¿pero ella qué culpa tenía? Golpee sobre la mesa con el puño, asentí con la cabeza e intenté sonreír, pero por dentro estaba que me llevaba la chingada.

Quería estar solo, no estaba seguro de lo que había pasado la noche anterior, pero necesitaba descansar. ¿Alguna vez te has sentido cansada de todo, confundida, con ganas de salir corriendo a cualquier lugar lejos de aquí? Me sentía dentro de un mal sueño, creí que podría despertar en la playa, ingenuo, ahí comenzaría la verdadera pesadilla. Bebí el whisky de un trago, pedí la cuenta con una señal y salí del Sanborns sin tocar los chilaquiles, tampoco dejé propina.

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