CAPÍTULO CUATRO

Bebí el quinto whisky de un trago. Los primeros cuatro los había tomado despacio, sorbo a sorbo, pero parecía estúpido seguir postergando lo inevitable, estaba borracho. Te hubiera dado risa verme, mirada vidriosa, pelo enmarañado, ojeras, camisa desfajada. ¿Pero por qué diablos usaba camisa? Estaba en Acapulco, con una temperatura superior a los cuarenta grados y yo seguía fingiendo que era una persona decente ¡Cuánta mierda! Anochecía y cada vez era menos dueño de mí, además del alcohol había otra presencia que paulatinamente se apoderaba de mi voluntad desde la noche en el hotel Pasadena, era esa mariposa negra, no había duda.

En mi cabeza intentaba aclarar la situación, pero apenas era capaz de hilar tres ideas antes de volver a la turbación inicial. ¿Este soy yo? La pregunta volvía y yo ¿Yo? Pretendía ahuyentarla con cada trago. Me golpeaba constantemente la frente con la palma de la mano para desechar pensamientos suicidas. Así es, tenía tanto miedo y estaba tan confundido que me tentaba la idea de volver a saltar por la ventana, pero eso ya lo había hecho una vez ¿Recuerdas? Eso únicamente empeoró las cosas. Me hubiera gustado que estuvieras a mi lado sabes, pero en ese momento estabas lejos, en la ciudad, quizá triste, enojada, preocupada por mi desaparición. ¿Qué hacías dos días después de la noche en el hotel Pasadena? ¿Dónde estabas? ¿Qué pensabas? ¿Qué hubieras hecho si me encontraras así? Al borde de la locura.

El mesero me veía de reojo, casi podía escuchar sus pensamientos: “este sujeto está loco”, “está borracho”, “pobre imbécil”. Y sabes, ese tipo tenia razón, era patético, no tenía sentido seguir luchando, lo intenté, creme que lo intenté y volví a intentarlo muchas veces, pero desde entonces ya estaba todo perdido, había dejado de ser yo.

…¡Que me vez pendejo!... el mesero rió entre dientes… Nada señor, disculpe… intenté ver el reflejo de mi rostro en el vaso. ¿Acaso parecía un payaso? ¿Por qué se reía ese tarado? Tuve ganas de saltar al otro lado de la barra y romperle la cara. No lo hice, se salvó por que justo en ese momento llegó al bar una mujer. Rubia, delgada, caminar bruñido, muslos anchos, pechos pequeños, pantalón estrecho. Mi vista se perdió descaradamente en su trasero. Nunca fui un galán, pero eso era lo de menos, actué como si lo fuera, ya no era yo, qué mas daba.

La rubia se sentó a mi lado, cruzó las piernas, pidió un coñac y me sonrió. Yo la perforé con la mira, taladré cada hueso, cada rescoldo, sin pudor ni vergüenza alguna. Ella no se inmutó, me dejó hacer, fingió no importarle la evidente morbosidad que brillaba en mis ojos. Tomó su bebida a sorbos, cada vez que sus labios tocaban el cristal, su lengua asomaba traviesa, lamía provocativa la orilla de su vaso.

Putita… ¿Lo pensé? ¿Lo dije? Imposible, tenía la boca seca, estaba hipnotizado. Ese era yo. ¿Recuerdas? Tímido, cobarde, pocos huevos. Pedí otro whisky con una señal y lo bebí despacio, sin quitarle la mirada de encima a la rubia, cuyos ojos miel me correspondieron breves intervalos, pupilas desafiantes. En el bar comenzó a sonar el tema “Walk on the wild side”, nunca mastique bien el ingles, pero la tonada era una provocación. Prendí un cigarro, dejé escapar el humo lentamente por la boca mientras tamborileaba sobre la barra al ritmo de Lou Reed. Ella también comenzó a marcar la cadencia de la canción, pero desde el suelo, con sus zapatos de tacón rojos. ¿Este soy yo? ¿Para qué seguir luchando? Por dentro te escuchaba: ven, vuelve a mi lado, pero afuera la música decía vuela, el mundo es poco. Todo me instaba mujer, sobre todo ella, cuando se levantó del asiento y su cuerpo comenzó a moverse mientras sonaba el coro: “Hey honey, take a walk on the wild side”. Por unos segundos volvió a mi cabeza la imagen de Salma Hayek, su cuerpo contoneándose y esa boa deslizándose por su cuerpo sudoroso. No tenia sentido seguir reprimiendo mi nuevo instinto. ¿Para qué? Cerré los ojos, bebí otro trago y apagué mi cigarro sobre el mostrador, muy cerca de donde ella recargaba su mano. Cuando salimos del bar era imposible disimular la erección debajo de mi pantalón, tampoco intenté hacerlo.

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